Ni dulce, ni amargo

Ni dulce, ni amargo ha sido una de esas novelas románticas tranquilas, de estas que muestran un amor relajado sin dramas excesivos, ni sucesos disparatados que se alejen de un argumento natural y realista.

Audrey es una chica que lleva años intentando alcanzar su sueño: abrir su propio restaurante. Le ha costado muchos sacrificios encauzar su vida hacia lo que ella realmente desea. Ha tenido que dar de lado a su madre la cual se opone a sus deseos de futuro y ahora se encuentra en el escalafón más bajo de una gran corporación de restauración intentando conseguir un puesto en cocinas. Por este motivo acabará en Vermont intentando comerciar con una serie de granjas para conseguir productos para la empresa en la que trabaja, y una de esas granjas es la de Griffin Shipley, aquel chico con el que tuvo un rollo en la universidad.

Griff tuvo que tomar las riendas de la granja familiar tras la muerte de su padre, justo al terminar la universidad. Ahora trabaja duro para hacer de su sidra un producto apreciado por los más gourmet. El que su flechazo del pasado aparezca ofreciéndose a comprar sus manzanas por sólo medio dólar el kilo... No pinta ser el inicio de un reencuentro idílico ¿O tal vez sí? Ninguno de los dos parece haber olvidado aquellas dos noches hace 5 años.


Tómalo

 

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